¡qué Te pensás!

Sin título
Tinta sobre papel. 2014

Brindis

¿Para qué la trajo? No conoce a nadie, acá no corta ni pincha. Hasta me da lástima, anda con la sorpresa y el desconcierto de los turistas. Por las dudas, nos sonríe a todos. A mí también. Basta que la mire para que me responda con la cara entera, casi dándome las gracias. Siento culpa. Es más linda que yo y para colmo tiene un halo angelical que la vuelve todavía más cornuda y a mí más puta.
Agarro una copa de vino de la bandeja que pasa. Hablo fuerte con mis compañeros y me río a carcajadas. No son graciosos y, a pesar de la gala, cuentan lo de todos los días. Pero mi felicidad es a propósito para la reina consorte, quiero que vea cómo me divierto y ella no. Es una muñeca articulada tamaño natural. Un adorno prendido al brazo del jefe. Está muda y toma jugo. ¡Jugo! Es correcta como una nena que juró portarse bien. ¿Ésta es mi rival?
El jefe está impecable, no transpira, no le tiembla el pulso, no se ríe de más. No, él es muy señor, muy marido ejemplar, muy aires de superioridad. Saluda acá y allá y, si se acuerda, presenta a la esposa. No me registra. Su mirada me traspasa, hoy soy invisible. Le mando un mensaje, pero ni siquiera saca el celular del bolsillo. La ansiedad me muerde el estómago. ¿Cuántas veces me prometió que iba a dejarla? Tomo todas las copas que me ofrecen y mastico las palabras que no digo. Me acerco, me choco con ella, me disculpo. Noto que las dos usamos el mismo perfume. Hijo de puta. Así las huellas de una y de otra terminan confundidas en sus solapas.
Me convenzo de que aún me queda algún poder: podría hablar. Sirven champagne, me empino la copa. La primera dama toma un tenedor y le pega al cristal. Lo mira al jefe y pone cara de orgullo, de soberbia, no sé de qué es esa cara. Él anuncia que lo trasladaron, que se van a Alemania. La gente aplaude. Yo trago mi verdad y se vuelve ácida. Salgo a la calle mareada y vomito en la vereda.