¡qué Te pensás!

Presión 3
Palimpsesto. 2013

Casa nueva

Coqueteábamos y me puse a alardear de lo bien que me salían los pescados hasta que por fin mordió el anzuelo y me dijo que un día lo tenía que invitar. Dale, cuando quieras, me hice la liviana, pero enseguida agarré el celular, me lo agendé como contacto y fijamos la fecha.
Me maquillé, me vestí de cita y me puse a cocinar. Timbre. Me hice un buche con enjuague bucal y bajé. ¿La señora estará en casa, María?, me dijo. No le entendí hasta que me tocó, casi diría acarició, la falda del delantal que me había olvidado puesto. No le pensaba jugar a la mucamita. Me reí para que el chiste pasara rápido, pero se quedó en personaje y me trataba de usted. En el ascensor tendría que haber comentado el clima, pero no, qué fuerte es todo esto, me dijo, un gran déjà vu. Ah no, atajé, no es justo que estés de vuelta y yo no sepa por dónde empezar. Se me trabó la llave, mierda, me había mudado hacía un mes y no aprendía las mañas del abre-cierra, las canillas, los ruidos, los vecinos. Él se rió, déjame a mí, dijo. Me agarró la mano con llave y todo y la hizo girar. La puerta maldita se le abrió al primer intento. El departamento nos tiró su aliento a pescado en la cara. El menú, que me había parecido distinguido, ahora me avergonzaba. Él me avisó que se iba a lavar las manos y no esperó a que le indicara dónde estaba el baño, incluso a oscuras le acertó a la tecla.
Cenamos, tomamos unas copas y ya estábamos a los besos en el sillón cuando de pronto se frenó y me dijo que era raro estar de visita. Vamos, nena, ¿te divierte el jueguito de la dueña de casa? Me quedé muda. ¿A nombre de quién te llegan las cuentas? A mi nombre nada, todavía, a nombre de la dueña anterior casi todas y el gas para uno que estuvo antes que ella. Mucho gusto, me dijo, Joaquín Carmuc. ¿Qué hacés acá? Me salió y él largó una carcajada. Fingí cansancio y lo hice salir. No es necesario que bajes, me dijo, aunque no lo creas nunca cambiaron la cerradura. Esa misma noche lo bloqueé del celular. En adelante le taché los sobres que le llegaban y los mandé al remitente. Pagué llaves nuevas para todo el consorcio. Pero su historia, desconocida y tan ajena, está pegoteada por todos los rincones de mi casa. Siento que me miran.