¡qué Te pensás!

Sin título
Grabado en relieve. 2014

Evidencia

Agarré a mi hermana del brazo, la llevé a la rastra hasta el cuarto de papá y le señalé la evidencia en la mesa de luz. Nos quedamos las dos mudas mirando el cenicero. Estaban los puchos marrones fumados hasta el filtro, típicos de él, y entremedio había una colilla blanca con un beso fucsia. Es de puta ese color, me apuré. Mi hermana la levantó y se empezó a hacer la experta. Lo apagó con cuidado, ves, golpes chiquitos para que no se le doble, por ahí pensaba volvérselo a encender, un asco, además es light, re de minita. Y sí, ella sabía, había aprendido a fumar y hasta se tragaba el humo sin toser.
Pensé en preguntarle a papá de quién era, pero pude adivinar el efecto dominó: el pucho le iba a dar pie para hablar de la tipa, la iba blanquear, íbamos a tener que cenar en un restaurante de moda y fin de semana por medio, cuando nos tocaba con él, íbamos a tener que vivir con ella. Mejor hacerla desaparecer: busqué una de esas bolsas de freezer que vienen con cierre hermético y me guardé la prueba. Si no había colilla, no había beso fucsia, ni mujer en la casa, ni nada.
Al día siguiente mi hermana encontró en el botiquín un esmalte de uñas. Cepillo de dientes, vaya y pase, uno se lava todos los días, pero cuánto tiempo hay que estar de visita para necesitar pintarse las uñas. Es una avivada, date cuenta, se le está metiendo, alerté. Puse el esmalte en la bolsa de las pruebas junto a la colilla. Pero sus rastros empezaron a mancharlo todo. Ahora las gaseosas eran dietéticas y hasta papá había cambiado la forma de vestirse. Mi hermana y yo suponíamos que la madrastra, así le decíamos, estaba ahí todo el tiempo, menos cuando estábamos nosotras.
Por fin vinieron las vacaciones, un alivio. Todo era ajeno, entonces no teníamos que estar buscándola en los detalles. Qué ilusas. Papá fingió un tropiezo en la orilla, ay Lili qué sorpresa, y nos la presentó en la playa. Traía la boca fucsia y señalaba las cabriolas de unos parapentes con el cigarrillo. Regio, decía y aplaudía. Ya que no nos miraba, aprovechamos para registrarla de pies a cabeza, le traspasamos la carne magra, le adivinamos los músculos y le contamos los huesos.