¡qué Te pensás!

Sin título
Grabado en relieve. 2014

Medias

Pendeja, me llamaba frente a las amigas, pero pronto yo fui más alta y si se burlaba, las risas caían encima de ella. Mi hermana empezaba tercero cuando pasé a secundaria, entrábamos al colegio a la misma hora y mamá nos obligaba a ir juntas. Apenas salíamos de casa, Ángeles ponía cara de oler mierda y se adelantaba unos pasos para hacer de cuenta que iba sola. Mejor: la podía ir mirando, le copié el peinado y el método para acortarse el jumper con el cinturón. Le robaba las medias, las suyas eran más flojas y un poco desteñidas, había que dejar que se fueran bajando desparejas y eso era una marca de madurez que no les podía pedir a las mías, de nylon reglamentarias, que venían durando intactas hacía años.
Lunes, geografía y yo me había olvidado que tenía que llevar unos mapas. Se puso loca. Le pedí que me esperara, teníamos una librería enfrente de casa y estábamos con tiempo, qué le costaba. ¡Apurate! Qué histérica, le tiré por la espalda y me metí a comprar. Cuando salí con el rollo de papel en la mano, ella se comía las uñas. Me agarró del brazo y me hizo bajar de la vereda. El chorro de una manguera nos salpicó las medias. Miré al portero, se reía, empujaba con agua en lugar de barrer. Vamos, tarada, me dijo mi hermana. El tipo amagó que nos volvía a mojar. Ángeles dio un saltito y él hizo un chistido, como si sorbiera algo caliente: ¡qué bien que están las hermanitas! Ella tenía la cara roja y caminaba a toda velocidad mirando el piso. Te dije que te apuraras, me culpó. Yo no entendía. Sentía las piernas húmedas y se me revolvía el estómago. ¿Pero cómo? Si era un tipo grande.
Otro día la que venía demorada era ella. El portero salió con la manguera y me apuntó de lleno a los pies. Vamos, mandó mi hermana. Pero yo me quedé rígida. No lo provoques, me dijo en secreto y yo tuve ganas de pegarle una cachetada. El tipo se reía y me mojaba finito, interceptando el agua con el dedo. ¿Qué te pasa, chabón? Dije y fue peor, las gotas se transformaron en chorro grueso. ¡Sos un pajero de mierda!, le dije sin saber que conocía esa palabra. Mi hermana que hasta ahí miraba con cara de nena chica, se envalentonó y se paró firme. Yo no le sacaba los ojos de encima al tipo, mientras le repetía la frase a los gritos. Le arrebaté la manguera y lo empecé a mojar, a ver si te gusta, pajero. Se puso colorado y lo vi apocarse. Pero llegamos al colegio con las medias mojadas y no nos atrevimos a decirle nada a nadie.