Mudanza
Dejé las frazadas para amortiguar los bultos en el camión. Metí sábanas, toallones y la ropa de los cuatro en valijas y cajas de banana. Crece la basura: papeles, pedazos de cosas que ya no sirven y la mayoría de los tápers, al que no le falta la tapa está tan pringoso que no sirve para guardar nada. Lo que vamos a donar lo estoy poniendo en el living. Acabo de dejar ahí el cochecito, primero fue de Tomás y después le pinté flores rosas para que lo use Cami. ¿Cómo no lo regalé antes? ¿Para quién lo guardaba? Me seco unas lágrimas que no sé de dónde salieron. Ridículo. ¿Cuántos hijos pretendía tener? Con dos es suficiente, ¿no?: la parejita.
Los placares a medio vaciar vomitan sobre las camas y el piso. No voy a terminar más. Para colmo ellos van y vienen con objetos encontrados que ni se acordaban que tenían. Les digo que mejor dejen, que yo me ocupo, de verdad. ¿Por qué no aprovechan el día de sol? En serio, yo me arreglo. Lo miro a Marcos. Por favor, le digo, pero él sabe que ese por favor significa que se lleve a los pibes de una vez, que me dejen sola con este quilombo. Es grave, me toca la biblioteca y, ya lo hablamos, no entra en el departamento nuevo.
Saco los libros de los estantes. Algunos tienen valor de colección, primeras ediciones y esas cosas. Son los que menos me duelen. Hay unos que no voy a leer jamás, pero que me da confianza tener. A otros les releo los primeros párrafos y puedo recordar el escenario de la primera lectura. Me quedaría leyendo hasta terminarlos otra vez. Reviso índices, encuentro cosas escritas en los márgenes, entre las páginas de uno se suelta la carta de amor de otro hombre y hasta reconozco la caligrafía de mi abuelo en una dedicatoria. Es peor que ponerme a revisar fotos. No tengo idea quién puede aparecer entre los recuerdos. Cuando Marcos y los chicos llegan, en el suelo hay mil torres de ejemplares haciendo equilibrio. Tengo los ojos hinchados y estoy llena de polvo. Sigo mañana.
Durante la noche erupciona un volcán en el culo del mundo y el viento nos trae una nube de ceniza que nos cubre mientras dormimos. Cuando me despierto recorro descalza los bultos y los libros. Nuestras cosas desparramadas y sucias parecen el centro de la explosión o, incluso, sus ruinas.