Regalos
La tía me viene a buscar al colegio. Me da un paquete de galletitas y me pide disculpas. Me iba a llevar a la plaza, pero ahora resulta que no puede y que tengo que ir con ella a hacer no sé qué cosa. Veo-veo, empieza en el auto y yo le juego para que no se sienta mal, pero me aburro como un hongo. Casi todas las cosas son grises o negras y no vale elegir lo de afuera. Le suena el teléfono todo el viaje. Lo atiende en manos libres. Balances, cuentas, documentos y también dicen la puta que lo parió un montón de veces. Meriendo atada al cinturón de seguridad y me queda el uniforme lleno de miguitas. Hago fuerza para no dormirme, pero se me cae la cabeza.
Me despierto cuando la tía está estacionando. No reconozco nada. Le pregunto dónde estamos. Descansá, tesoro, que yo ya vuelvo, me dice. Se baja y activa la alarma del auto. Trato de bajar la ventanilla, pero el botón no sirve para nada. Afuera la gente va y viene, llevan las compras del súper, sacan a pasear el perro, hay chicos que pasan con un globo, deben venir de un cumple, qué suerte que tienen. Y yo acá. No es justo. En frente hay una confitería. Me imagino el ruido que debe hacer todo el mundo hablando al mismo tiempo y el choque de los cubiertos. En eso veo una camisa violeta igualita a la que se puso mi papá esta mañana. Hace un gesto con la mano para pedir la cuenta. Ese gesto también es muy de mi papá. ¡Papá! Tengo ganas de pegar un grito y que me venga a rescatar. Pero ahora se ríe con una risa que no le conozco. Claro, no, no puede ser él. Estamos re lejos de casa y él está trabajando. Ese bigote, tan suyo, se le acerca a la oreja de una mujer. Seguro le cuenta un secreto o un chiste, porque la tonta se ríe. Delante de todos se dan un beso como los de las películas de mayores. Cierro los ojos. ¡Qué asco! No puede ser mi papá, listo, no es mi papá. El tipo sale a la calle y me mira, pero yo pongo cara de que no sé quién es y me hago la dormida. Cuando se va, me largo a llorar. La tía tarda en volver. Llega de la otra esquina, cargada de carpetones. Mirá, corazón, me dice, te compré figuritas de Barbie.
Durante la cena papá se desprende los primeros botones de la camisa y se saca la corbata. Dice que está muerto del día entero en la oficina y me guiña un ojo. Yo miro el plato, pero no me entra nada. Saca un regalo y me lo da. No es mi cumpleaños, eh. Él se ríe, no sé qué le ve de gracioso. Es una muñeca. Tengo fiebre. Hay que llamar al médico. Mucha plaza por hoy, le digo a mi mamá.