Amigas
Me hice una amiga nueva en esas vacaciones. Tenía doce años, como yo, venía de Córdoba, cantaba para hablar y me decía la Naty. Qué groncha, me dijo mamá cuando escuchó que yo también usaba artículos para hablar de ella y sus hermanos: la Leti, el Mauri, el Fede. Después de la playa me bañaba y tenía permiso para ir al centrito. Eran solo tres cuadras pavimentadas con un boulevard de pasto en donde se instalaba un artesano con olor a humo dulzón. Le compramos nuestros nombres grabados en unos dijes. Leti usaba el que decía Natalia y yo el de ella, cambiados, re mejores amigas.
Conocimos a Gastón en las maquinitas. Me vino a hablar a mí y mientras charlábamos me salía una risa sonora. En eso se prendió un cigarrillo y me corrió un frío por la espalda. ¡Gastón fumaba! Yo le miré fijo el pucho, por la sorpresa de tener algo de los adultos ahí, entre nosotros, como si nada. ¿Querés?, me preguntó y yo le hice que no con la cabeza, pero me quedé pensando. ¿Quería? En eso vi que Leti, desde un rincón, se señalaba el reloj. Pegamos la vuelta mudas por las calles de tierra. Te hacés la canchera, me dijo de pronto, no te queda bien. La despedí rápido, no me importaba. Quería ir a casa y acostarme a oscuras para recrear cómo había sido ese encuentro con Gastón.
Empezamos a vernos cada noche y hasta di una pitada seguida de una tos convulsa que nos hizo reír a los dos. Leti nos miraba de lejos, con cara sobradora. Un día lo llamó aparte y le dijo algo. ¿Qué se metía? La vez siguiente Gastón me hizo salir de las maquinitas, me llevó a la esquina, me corrió el pelo de la frente y yo me puse a temblar. Gastón me agarró la cara y me dio un beso en la boca. Me imprimió los labios y después me pasó su lengua por los míos. Hice lo mismo y se me escapó un suspiro. En eso escuché el tac del obturador de la Kodak Fiesta de Leticia. Nunca vi la foto, pero la imaginé infinitas veces desde todos los ángulos posibles. La maldita se reía. Me ganaste, le dijo. ¿A que no te animás a darle un beso?, le había propuesto. Y Gastón se animó, me besó y así le ganó la apuesta. Leticia perdía, pagaba y, al mismo tiempo, se adueñaba de un instante mío y de la intención de un beso que no fue para ella.