Calma chicha
Te parece que la gente contiene la respiración, no les alcanza ni para el suspiro. ¿O sos vos la que se aguanta? Querrías resoplar por la nariz con ruido de infierno, pero te tragás la bronca con gusto a sangre y a remedio. Estás volviendo a tu casa, qué vas a hacer si no.
Los carteles publicitarios muestran sonrisas enormes, fluorescentes. Una y otra vez te frotan esa felicidad por la cara moretoneada. Tenés la lengua torpe, te la pasás por las heridas de la boca y por el agujero del diente que perdiste. Se te está pasando la anestesia. Me caí por las escaleras, doctor. Y te dijeron que sí, que claro, que suele pasar, que te quedes callada así no te duele. Te creyeron tan rápido que no dijiste más nada, pero se te caían las lágrimas mudas.
Tendrías que estar agradecida, por fea te pasa lo que te pasa, te dijo él. Y sí, con los dientes tan torcidos… por ellos saliste modosa y de pocas palabras y no hay risa que no te tengas que tapar con la mano. No comés en público y en todas las fotos tu cara es un estuche fruncido que trata esconder los defectos.
Viajás de pie. Te laten las encías. Cerrás los ojos, te concentrás en este dolor que te ocupa el cuerpo entero y se traga el entorno. La punta de la lengua hurga la hinchazón de la trompada. No te importan los empujones, ni los codazos, no escuchás el pregón de los vendedores ambulantes ni la súplica del mendigo, no te asquea el olor animal que se desprende de los cuerpos. Sos solo el gusto a sangre y el agujero. Tragás saliva y te cerrás bien para que nadie vea el monstruo que llevás en la boca. No va a llover. El aire se llena de agua y pesa y hace transpirar el piso y las paredes, pero no estalla, no cae, no acaba.