¡qué Te pensás!

El señor
Tinta sobre papel. 1999

Intimidad

Me lo recomendó mi hermana. A ella le hizo un buen trabajo con el entrepiso y yo quiero unificar las dos piezas, mis hijos ya no se quedan a dormir y así tan chicas no sirven más que para juntar porquerías. Se ofendieron, lo lamento. Lo puedo imaginar: un espacio amplio, aire, las dos ventanas, lleno de libros, un sillón, todo para mí. Eso quiero, no el escritorio incrustado en el medio del living como está ahora. El tipo me pide que le indique dónde cambiarse, le señalo el toilette de la entrada y le digo que cualquier cosa me avise, que voy a estar trabajando. Me siento frente al teclado. Tipeo. Me saco los zapatos, me masajeo el arco de un pie mientras pienso, tipeo. Lo siento moverse por la casa: camina por el pasillo hasta la pieza y escucho un cierre relámpago que va y después vuelve. Guardará su ropa, supongo. Tipeo una, dos, tres palabras y tomo velocidad. Me olvido del tipo, del escritorio, de la casa. Estoy embarcada en una catarata de letras, me gusta escuchar cómo suena a borbotones. Párrafo cumplido, lo releo y le doy con fuerza triunfal al punto y al enter.
De pronto los golpes se tragan el ruido de mis teclas y me impactan en el pecho. Me levanto alarmada. Recién en ese instante me doy cuenta de que el tipo me va a desarmar un pedazo de la casa a mazazos. Pienso en las bolsas de escombros, en el polvillo, en el ruido, en las quejas de los vecinos. Cierro los ojos y me cago en el confort sin dolor que aparecía en mis fantasías. Vuelvo a la máquina, trato de releer lo que tengo hasta ahora. Tac, tactac, tac. Tac, tactac, tac. Yo en blanco, él, en cambio, respeta el ritmo, no se equivoca, no tarda, es un mantra. No puedo hacer otra cosa que contar los mazazos. Me aseguro de que no se demore, de que no falle la serie.
Y ahora silencio. Respiro hondo. Tipeo cualquier cosa, canto que me toca a mí. Pero tengo toda mi atención puesta allá. Silencio. ¿Por qué? Voy a la cocina y me sirvo un vaso de agua más ibuprofeno. Me acerco, entro a una de las piezas, él está en la otra, lo veo por el agujero que empezó a abrir entre ambas. Se seca el sudor con una toalla. Se barre el polvillo y le queda un pastiche blanco que lo vuelve teatral. ¡No!, grita cuando me ve. Me quedo helada. Le llego a ver la boca blanda. Me da la espalda y manotea en la caja de herramientas los dientes postizos. Es un flash, apenas los veo. ¿Me habrá parecido? Finge que tose, se tapa la boca y se los pone. ¿Señora?, pregunta y espera. Tengo el vaso en la mano, se lo ofrezco y me voy.