La ola
Preparadas, listas, ya. Mi hermana y yo corrimos a toda máquina. Nos quemábamos los pies y nos hacíamos gárgaras con la risa. Y así como veníamos, nos metimos al agua. El frío nos dio un espasmo. La alegría se nos arremangó en el pecho, no se iba, quedaba concentrada. Nos dimos la mano, saltamos una ola, dejamos que la siguiente nos azotara de espaldas y la tercera tuvo tal fuerza que nos hizo soltar. El agua me revolcó. Veía burbujas y espuma y pedazos de sol. Estaba adentro, afuera, adentro, del derecho, del revés, hecha un bollo. Aire, agua, agua, agua. Desesperación: me ahogaba. Pataleaba sin saber para dónde era la salida, no sabía cómo sostenerme, cómo evitar el corcoveo. De pronto estábamos las dos afuera, con los pelos en la cara y la malla desacomodada. Escupimos agua a las arcadas y cuando terminamos nos abrazamos y nos volvimos a reír.
Ahora tengo un vacío y un tajo que lo cruza y sobre el tajo los puntos y sobre los puntos la faja y una bombacha de vieja y el último camisón limpio que me queda. Tengo las tetas hinchadas, los pezones ardiendo y la beba que trata de mamar pero baja de peso. Algo estoy haciendo mal. Las visitas de los últimos días, de la clínica y de casa, se me mezclan. No pudiste, pobre, me dicen cuando se enteran de la cesárea y yo quiero decir que sí, que puse el cuerpo, que traje a mi hija al mundo, que igual cuenta, pero me quedo callada porque casi les creo: no pude. Compiten: tres pujos y estaba afuera versus doce horas de trabajo de parto. Por bien o por mal, todas ganan su juego. Yo no cuento nada. Mi cuerpo animal me tiene estupefacta.
El padre agarra a la beba y reconoce lo que antes sabía por mi relato. Lo de ellos es entero, ocupa un lugar. Y yo no sé qué hacer con este vacío en el cuerpo y con este cuerpo de matrona enorme. No quiero invadirlos, pero al rato se la saco, la necesito cerca. Ella mueve las manos, las dos a la vez. Hace unos días sentía el mismo gesto adentro: dos turbinas prendidas a los costados de mi panza. Estoy feliz, digo, y me largo a llorar. La beba se duerme y mi hermana toca el timbre. Bajo así como estoy. Mirá lo que soy. Ella sonríe. No voy a subir, dice, te traje milanesas. Es el mejor regalo del mundo. No planeamos la cena, no dormí nada, no sé si es de día o de noche, le digo, no puedo respirar, soy feliz, me falta el aire, trato de respirar hondo. A ella, de puro espejo, se le llenan los ojos de lágrimas. Tranquila, me dice, vas a ver que ya pasa, que ya termina de revolcarte esta ola.