La pieza
Dos tragedias en una misma casa, sí. Cuando salgo a hacer los mandados los vecinos saludan, muy amables, pero al final siempre se terminan tocando un huevo o una teta. Es mufa, dicen y se piensan que no me doy cuenta.
La tía estaba mal desde lo de María Gabriela. No hablábamos de ella y si por casualidad alguien la nombraba, fingía que estaba viva. ¡Ay, lo contenta que se va a poner Marigaby cuando se entere tal cosa! Escuchaba que le decía a una vecina que se acercaba todas las tardes a matear y a darle charla. La tipa le respondía con una sonrisa de pena, nada más. Así hacíamos todos, quién la iba a contradecir.
Me tocaba un mes en la casa de la tía. Tendría que haberles hecho un escándalo, pero me lo tragué. Que se me iba a pasar volando, me dijeron, que cuando me quisiera acordar ya volvían, que tenían mucho trabajo y era un caos conmigo de vacaciones. Prometieron que después íbamos a ir los tres a la playa. Pero no. Yo contaba los días y disimulaba las ganas de que me vinieran a buscar.
La tía me obligaba a dormir con ella, que era más fresco, decía. Mojaba una sábana y me la echaba encima. Prendía un ventilador de pie que giraba repartiendo el aire: ahora para ella, ahora para mí. No me movía, pero tardaba mucho en quedarme dormida. Pensaba en el olor de mi casa, de mi cama. A mí ese olor que compartíamos los tres ya se me había borrado del pelo.
La pieza de María Gabriela estaba cerrada con llave. Una vez por semana la tía entraba y se escuchaba la aspiradora. Después salía con ropa de cama y prendas de mi prima, lavaba todo y lo ponía a secar al sol. Sus cosas flameaban en la terraza entremezcladas con las mías. Aproveché un descuido para espiar. No había nadie, claro. Pero la habitación estaba petrificada: cortinas de volados, calcomanías en el placard, un chiche que debía estar desparramado en el suelo hacía años, y en la mesa de luz, imposible, encontré una muñeca mía. ¿Qué hacía ahí?
A los pocos días llegó la noticia de la segunda tragedia. Mamá y papá se habían matado en la ruta. Recuerdo que los abrazos de la gente me daban nauseas, el olor a flores marchitas también. No sé cuántos días estuve zombi llorando de acá para allá. Creo que en algún momento me dormí profundamente y al despertar encontré la pieza de María Gabriela abierta y a la tía sentada en la cama. Pasá hija, me dijo, ahora es tu pieza.