En Contra
Siente un vacío en el estómago. Preferiría estar enferma, que sea cuestión de Buscapina y reposo. Pero no. Es un aleteo en el pecho y más abajo, en algún lugar todavía impreciso. El ansia la ahueca. Tiene ganas y tiene miedo. Sólo llega a traducir lo que le pasa como remordimiento, por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa. Se impone el martirio para no pensar. Le gustaría volver a creer en Dios para tener a quién pedirle perdón y, sobre todo, para que alguien la absuelva. No sabe perdón por qué, pero la reconciliación del confesionario solía aliviarle las oscuridades de la infancia. ¿Hizo algo más que gestar esas ganas desesperantes? Camina por las paredes. Se amonesta: basta, controlate. Se mordisquea uñas y pellejos, busca su agenda anacrónica de papel y la deja atestada de tareas ¿No es que el trabajo dignifica? Acá tiene. Deuda, compromiso, ya mismo, atención, impostergable, urgente, sin falta. La vida queda presa en las celdas del calendario. Le echa un vistazo y se tranquiliza al ver tantas cosas que hacer. Aunque no puede empezar por ninguna, la vibración nueva es empecinada, no entiende de cuentas pendientes ni de imperativos morales. Se reza un discurso sin labios, de puro dientes que castañetean. Está llena de argumentos que le juegan en contra al impulso ardoroso, aterrador, recién nacido. Se pone los zapatos más filosos que encuentra, no va a caminar sin dejarse herida. No alcanza. Aprieta el contorno de su cuerpo hasta hacerlo desaparecer. Ajusta el cinturón, es un torniquete, a ver si por fin amaina el tumulto anhelante que le golpea la sangre.