¡qué Te pensás!

Laberinto

Nos mudamos hace poco a este barrio. Mamá nos trae a la plaza para que hagamos amigos nuevos antes de que empiecen las clases, qué van a hacer si no, con todo el verano por delante, nos dice. Hay un laberinto de material. Las paredes son altas como los adultos, o más. Mi hermana me hace piecito y llego a ver el primer pasillo. River puto, leo y a ella se le cansan las manos y me suelta. Cuatro o cinco nenes con espadas de plástico encuentran una salida. Lo-lo-gra-mos, lo-lo-gra-mos, cantan, se abrazan y hablan como locos del monstruo de adentro. Es mentira, seguro. Están todos transpirados y tienen las caras rojas. ¿Cuánto tiempo se habrán pasado dando vueltas ahí? Traigan el tesoro, grita uno y los otros le hacen caso. Es re agrandado. Mi hermana y yo nos arrimamos a ver qué encontraron: cartones de vino, latas, papel de diario. Basura, digo fuerte, como para que me escuche el canchero. Se nos acerca y nos asusta con un palo. En la punta se bambolea algo que primero me parece un gusano enorme, pero no, es un globo color piel, desinflado y baboso. Un asco. Mi hermana pega un grito. Mirá como tiemblo, sacudo las manos y él me dice tarada.
Es nuestro turno. Mi hermana le quiere ir a pedir permiso a mamá. ¡Qué tarada!, copio sin querer. El chico me sonríe y se ofrece a acompañarnos. Mi hermana también viene, pero camina unos pasos atrás con cara de culo, ni me mira. Elegimos una dirección: sin salida, agarramos para otro lado, doblamos, volvemos a doblar. Ya no sé si estamos en los bordes o en el centro. Hay olor a baño, a cosa podrida. Me da arcadas. Es acá, dice, y lo toca con el pie, casi de una patada: el bulto es un tipo descalzo, acurrucado en el suelo, despeinado, sucio y con una herida en la pierna. No se mueve y no habla. El chico se abre la bragueta y lo riega con un chorro de pis. Mi hermana y yo nos damos la mano y nos largamos a correr. No encontramos la salida. El pibe nos está siguiendo.

Sin título
Monocopia. 2014