¡qué Te pensás!

El calamar y la máquina de hacer peces
Collage. 2016

Corazón

Marcos y yo éramos vecinos, volvíamos juntos. Se me venía el mundo abajo cuando se sumaba al picado y en lugar de caminar conmigo iba al potrero. No le decía nada, pero llegaba a casa hecha una furia. Claro, el señor tiene cosas más interesantes que hacer. Clavaba cada paso en la vereda y hasta se me saltaban las lágrimas. En ese rato en el que nadie nos veía éramos distintos a los de siempre. Sentía algo en el pecho, parecido a la alegría y a la agitación de una carrera. Marcos me miraba la boca y se ponía serio. Nos empujábamos haciendo de cuenta que iba sin querer y yo de vez en cuando le pegaba suave, un poco en serio, un poco en broma. Seguí vos, que ya te la voy a cobrar, me decía. Entonces yo volvía con más fuerza, a ver de qué se trataba la venganza.
La de Biología repartió la lista de materiales que tenían que estar en todos los grupos. Hicimos sorteo: guantes para todos, Marcos y Lucía tenían que llevar bisturíes, Flor una fuente grande, Juan iba a filmar el trabajo práctico y a mí me tocaba poner el corazón inmenso. Le pedí a mamá que lo comprara y ella aceptó con la condición de que después lo llevara de vuelta para los perros, que no era cuestión de andar desperdiciando. Lo desenvolví en la fuente y ya con el olor a carne cruda Lucía empezó con que le bajaba la presión y Flor lloraba por piedad proteccionista de animales. Juan fue el camarógrafo, pero las chicas no intervinieron más que para leer las instrucciones del manual. Marcos y yo operamos. En el video tenían que verse bien las cavidades y los conductos, no quedaba otra que meterle los dedos para señalar cómo eran las conexiones de arterias, aurículas y ventrículos. Nos miramos un par de veces como cuando estábamos solos. No me importaba que ese corazón hubiera bombeado para mantener en pie una vaca entera, lo único que quería era tocar los dedos de mi compañero entremedio de músculos y fibras.
A la vuelta no hablamos. Me llevo a su jardín y nos metimos en el cuartito de las herramientas. La bolsa de la máquina de cortar pasto estaba llena y la usamos de almohadón, me hacía picar la nariz. Estaba oscuro, todo lo que sabíamos era al tacto y al oído. Me metió la lengua en la boca y la mano en la bombacha. Yo le toqué el bulto y apenas se abrió el pantalón sentí su espasmo y la mojadura en mi mano. Se acomodó la ropa enseguida y se fue sin decir nada. Llegué a casa con un corazón manoseado adentro de la bolsa. Supe que nunca más caminaríamos juntos.