¡qué Te pensás!

Sin título
Xilografía. 2016

¡Mastúrbate mujer!

Lee la pintada en la avenida cuando el semáforo le frena el envión que había logrado en bicicleta. Se saca los anteojos de sol para estar segura. Sí, es lo que está escrito. Es adulta, vamos, ¿qué le vienen a decir lo que tiene que hacer? Ella coge con quien quiere, cuando quiere, es una tipa liberada, perdió la cuenta de las parejas que tuvo. Igual le incomoda la frasecita, fantasea que una mina en tetas la pintó a la madrugada, coqueteando con la posibilidad de que se la llevaran en cana, ay, qué canchera, qué revolucionaria. ¿Qué se mete esa tetona imaginaria en la intimidad de la gente? No la va a escandalizar con tan poco. Para que sepa, ella tiene humor: saca una foto del grafiti y piensa que más tarde va a hacer un chiste en las redes sociales. Listo, ya está. Pero no le sale reírse. El semáforo le da verde y ella sale disparada con la cara tensa. La frase le resuena en eco.
Cuando el tránsito la obliga a frenar otra vez, mira la foto en el celular y se estremece. La reacción es peor que con el mensaje picante de un novio. El enojo ahora está manso, se parece más al miedo. Agradece la tilde del imperativo. Tú no es del todo vos, entonces no es directamente para ella. Le hablan, sí, pero no la están señalando con el dedo. Mira la hora, va a llegar mucho antes de que la casa se habite de gente y actividades. ¿Por qué no? Pedalea ansiosa: será una cita.
Se desnuda rápido y se lamenta, tendría que haberse ido descubriendo de a poco. Se mete en la cama. No va a hacer lo que ya conoce: ese frote sin manos contra el colchón es lo que arrastra de la infancia, incluso de antes de saber qué era lo que estaba haciendo. No quiere esa desesperación que la deja más alterada que antes de empezar. No. Mastúrbate, mujer. El cartel la autoriza, lo dice sin vueltas, no está prohibido, no es exclusivo de hombres ociosos. Se chupa los dedos y va de una boca a otra generándose humedades y sintiéndose el olor intenso de su sexo a solas. Se dedica tiempo, se esmera en su placer tanto como se había esmerado antes por darle placer a otros. Se enciende, de desborda, se derrama y, por fin, descansa con el cuerpo habitado de un poder nuevo.