¡qué Te pensás!

Roberta
Roberta
Marcadores sobre papel. 2013

División de bienes

Roberta tiene ocho años. Es la hermana del medio. La sobrevuela un grito adulto que se le pega y, antes de entenderlo, se le transforma en melodía. Recorre la casa al ritmo de: “quiero la mitad de todo, sorete, de todo lo que hay”. Se imagina la repartija. Supone que va a desaparecer una de las mesas de luz de la habitación de los padres, medio cuadro, la mitad de la cama matrimonial: el corte transversal en el colchón dejará a la vista las capas de goma espuma y resorte, y el edredón se va a poner a escupir las plumas por el tajo; medio televisor encendido mostrará un lado de la novela y si queda sólo una cabeza en la pantalla, ya no habrá más besos que mirar a escondidas.
¡Vení a cenar, Roberta! Y ella va, hace equilibrio sobre media silla, como si ya no existiera la otra parte. ¡Sentate bien, Roberta! Apretuja la comida en la mitad del plato que permanecerá en la casa. ¡No juegues con la comida, Roberta! Mira a sus hermanas y entiende que la mayor va para uno, la menor para la otra y ella, la del medio, se ilusiona con que la querrán ambos. La idea nace dulce, pero de inmediato se vuelve aterradora. Fracasaría Salomón: acá se decide la mitad para cada uno. Cuando todos duermen se levanta, va al baño y se desnuda. En la pelvis lampiña se dibuja una tijerita y de ahí traza una línea de puntos que sube por la panza, cruza el pecho, el cuello, deja media boca de cada lado, la nariz partida, un ojo acá otro allá, la frente punteada, el pelo peinado a dos aguas. Está mirándose al espejo cuando la madre abre la puerta y le estampa una cachetada de pedagogía antigua en la mejilla izquierda. ¡Dejáte de boludeces, Roberta!
Ella se va a esforzar por amaestrar las dos manos, así ambas son hábiles en caligrafía. Pero la más tosca, por estar del lado del golpe, será la que le toque a la madre.