¡qué Te pensás!

Molloy
Las piedras de Molloy
Tinta sobre papel. 2000

El núcleo

Estoy a punto de salir cuando en el espejo del pasillo me descubro la camisa arrugada. Le paso la mano, no se estira. Mierda. Miro la hora. Algo me aprieta el pecho, es una sensación de alerta que desoigo y corro un riesgo inútil: abro la tabla y le doy con la plancha al pliegue hasta que se borra. La ropa queda impecable, pero estoy sofocada y no logro aliviar este nudo que siento cuando respiro.
Camino rápido tres cuadras y me escabullo adentro de la boca del subte. Un televisor señala que la frecuencia de los trenes es normal. No sé cómo traducir “normal” a una medida de tiempo. El reloj de la pantalla tiene dos puntos intermitentes. Los miro con fijeza, estoy llevando la cuenta, sesenta, cambia el minuto y empiezo otra vez. Cada número que agrego me deja sin aire. Voy a llegar tarde.
Los vagones están repletos. Tengo casi todo el cuerpo adherido a alguna cosa y en los lugares tibios adivino pedazos de persona. La camisa se me debe estar volviendo transparente en las zonas húmedas. Sudo: la gota me corre por el escote hasta que se la bebe el corpiño.
Bajo del subte, doy zancadas para trepar por una escalera mecánica que no funciona. Llego al edificio, me identifico, firmo, paso por el detector de metales y antes de que me vengan a olfatear con el scanner manual les muestro la radiografía, la miran a contraluz con cara de entendidos y me abren paso.
Después de toda esta corrida, me dicen que espere, que tome asiento, que ya me van a hacer pasar. Me como las uñas y los pellejos y veo sangre pero no me detengo. Del mismo modo un núcleo de ansiedad me fagocita desde adentro, me lo figuro como una pelota con boca humana que le da dentelladas chiquitas y crujientes a otra pelota que también mastica con fruición y duele.