¡qué Te pensás!

Fósil
Collage. 1992

Peces

Estaban acostumbrados a los temblores de la falla y a las fumarolas de un volcán vecino que cada tanto los dejaba cubiertos de ceniza. La tierra parecía querer sacudírselos del lomo, pero ellos se empecinaban en quedarse ahí. Sabían caer sin dramatismo y volvían a construir el pueblo a la velocidad de las hormigas.
Esta vez el terremoto se había tragado el río por completo y un lago había brotado por arte de magia cien kilómetros al sur. Algunos pescadores emigraron. Kiyoshi no. Levantó su casa en donde creía que había estado antes y aprendió de cultivos, pero nunca más habló. Sus hijas Misato y Noriko le obedecían a esa presencia muda y en secreto soñaban con peces. Creían que sólo ellos podrían devolverle las palabras a su padre.
Tikoshiro llegó un día de fiesta en la que los niños se habían vestido de color naranja. Hablaba en un acento extraño, hacía trucos y ni bien cayó la noche encendió fuegos artificiales. ¿Quién se iba a oponer a que acampara al costado del camino? Se corría la voz de que era milagroso. Noriko y Misato se despertaron tempranísimo, se pusieron la ropa del día anterior y volaron en bicicleta a la tienda del forastero. Queremos el río, dijo una, repleto de peces, completó la otra. Tikoshiro hizo que lo siguieran. Pedaleaba rápido en una bicicleta de bambú y las nenas iban atrás con el corazón en la boca, se sumó uno y otro y de pronto todos los chicos del pueblo con los trajes de fiesta estaban con ellos. Llegaron transpirados, les costaba respirar. Tikoshiro dejó su bicicleta en el centro de un descampado. Es ahora, dijo, y la tierra bramó más que nunca. Una de las ruedas giraba en falso como loca y desprendía un torrente de agua. El tramo que habían recorrido se inundó enseguida. Los nenes anaranjados empezaron a nadar y poco a poco se sintieron a gusto. Se desnudaron y dejaron que los músculos les ondularan en el agua. No necesitaban salir a buscar aire a la superficie, ya se les habían abierto branquias.