¡qué Te pensás!

Muertito 4
Tinta sobre papel. 2007

Torcida

Cuando cumplió veinte años los médicos resolvieron ahorrarle dolores y le soldaron algunas vértebras dorsales. Yo la conocí así: torcida. Para todos, su protuberancia era un rasgo más de su fisonomía, no era motivo de burlas ni de lástima. El único tabú que va a durar para siempre, eso sí, es la palabra joroba, la tenemos prohibida, sólo podemos decirle giba. Jorobarse es otra cosa.
Los vestidos colgados fuera de su cuerpo parecen mal confeccionados, irregulares, demasiado largos en la espalda. Miro las perchas, acaricio las telas vacías y pienso qué vamos a hacer con toda esa ropa que sólo le sirve a ella. Sí, acaba de morir. Los médicos anotan en el certificado paro cardio-respiratorio, pero se les nota que querrían poner que se murió de vieja, que algún día toca y que nos dejemos de circo. Nosotros igual lloramos, es nuestra abuela, qué se creen. Los vecinos nos vienen a consolar de la muerte con el versito de la ley de la vida. Nos gustaría echarlos a patadas.
Los de la casa de sepelios no tienen en cuenta la joroba, perdón, la giba. La acuestan en camisón en su caja fúnebre y el efecto que logran es siniestro: queda casi sentada. Tendrá que ser a cajón cerrado, nos dicen y la familia, que no, que todos van a pensar que está desfigurada, será con la tapa abierta. Los expertos le dan vueltas alrededor, la tratan de acostar de perfil, pero no es una pose digna para irse al otro mundo. Se rascan la cabeza en busca de un milagro de la física, hasta que el más ingeniero de los empleados sugiere la solución: le rompen las vértebras que formaban la giba y por primera vez desde la juventud ella puede apoyar su espalda entera, recta contra la madera. Los que maniobraban con el cuerpo se felicitan por la pericia traumatológica hasta que comprueban que, en un mecanismo de engranaje, al enderezar la columna, se suelta el maxilar. No nos queda otra, tenemos que velarla así: con la boca abierta. Será que ella tiene algo más para decir.